viernes, 9 de noviembre de 2018

Mote

Mote.
Siempre que como mote me recuerdo de mi abuela.
Tenía las trenzas delgadas y largas como dos ramas de trigo, sus espigas eran tullmas que se balanceaban lentamente bajo su sombrero cuando caminaba por el patio. Temprano solía poner agua en un pequeño vaso y, con ayuda de un peine, se desenredaba los cabellos grises para formar sus trenzas, era casi un ritual de monólogos interminables, luego formaba una larga hebra en la pared como cola de caballo con cada uno de los cabellos que se le caían, así durante mucho tiempo pues ella decía que su abuela le había contado de niña que si dejaba los cabellos desparramados por allí después de muerta tendría que vagar recogiéndolos uno por uno de exactamente el lugar en que los había dejado tirados y no quería pasar esa penuria. Entonces peinaba a las niñas de manera amorosa y violenta a la vez, siempre remojando el peine en el recipiente con agua y recogiendo uno a uno los cabellos rebeldes. Luego con la destreza adquirida por los años pelaba las ambas cáscaras de las habas y hacia tiritas muy delgadas mientras las papas daban vueltas entre sus falanges retorcidas como ramas de molle añejo, siempre con cuchillo de mango de palo y cocinaba con cuchara de palo y luego servía su comida en plato de barro y pedía rebaja y yapa y peleaba con las tomateras y nos reñía si es que no llevábamos bolsa a la tienda para comprar pan. Así era ella. A veces no recordaba bien a la familia y había que hablarle un poco fuerte, un poco fuerte pero con calma, porque a pesar de los años acumulados tenía adentro el resentimiento de una niña caprichosa. Por eso siempre que como mote me recuerdo de mi abuela. Ella decía que de niña se repartían contando los granos de choclo entre sus hermanos, para que ninguno tuviese más que el otro. Ahora se dan el lujo de no comer mote, si esto es alimento. Decía. Y ponía un plato delante mío y me contaba que el choclo seco es un regalo de Dios, porque se lo lleva donde sea y se lo remoja y se lo pone a hervir, entonces como arte de magia vuelve a recuperar la vida y alimenta y acompaña los platos más deliciosos. Todo esto fue poco antes de decirnos adiós.
Ahora como mote en una ciudad muy lejana de donde creció ella y mientras voy desnudando cada grano y remojándolo en llajwa me recuerdo de las manos, el sombrero, las trenzas... en fin, siempre que como mote me recuerdo de mi abuela.